miércoles, 4 de mayo de 2016

It's a Beautiful Day to Save Lives, capítulo tres.

N/A: Tengo la semana algo tranquilita... algo, pero la que viene es de locos, y bueno... la siguiente ya ni os cuento, así que, como ya había acabado el capítulo, pues me he dicho: voy a subirlo... Pa' por si... 
En fin, aquí os dejo el tres, espero que... os guste. No lo he pasado precisamente bien escribiéndolo (de hecho, alguna que otra lagrimilla se me ha escapado... en mitad de clase D:)... Y también he tenido que investigar sobre el tema... He de decir, que lo he intentado hacer lo más real posible... Yo no he estado nunca en esa situación (gracias a Dios)... Así que, quejas, fallos, etc, etc... A mí, supongo. Espero que os guste. 
ACLARACIÓN: letra normal: tiempo de narración (actual, vaya). Cursiva, recuerdos.
Capítulo tres.

"No podemos prever lo que la vida va a depararnos.
Las mayores alegrías se vive cuando menos se las espera."
                                                -El Principito.
¿Te ha pasado alguna vez que, has estado durmiendo tanto tiempo que no has podido abrir los ojos, moverte o casi, ni pensar con claridad?
Durante un buen tiempo, mi vida fue básicamente eso, un pesado sueño del que no podía despertar, en el que no era dueño de mi propio cuerpo...


  -¡¿Doctor?!- gritó una angustiada voz. -¡Está teniendo otra convulsión!
-¡911! Llama...- con una fuerte oleada de dolor la voz se desvaneció, el dolor atravesó mi cuerpo como una tonelada de cuchillas cortando mi piel, espasmos involuntarios se apoderaron de mí...
¿Qué está pasando? ¿voy a morir? oh, Dios... Voy a morir aquí solo, en la oscuridad y soledad de la profunda prisión de mi cuerpo y mente... Y todo en lo que podía pensar antes de que una cálida sensación de tranquilidad me invadiera era: no puedo morir... no puedo morir... me necesitan...
Pero...¿quién? ¿quién me necesita tanto como para tener que sufrir todo este dolor?


  El ambiente del bar era animado, precisamente todo lo que necesitaba para levantarle el ánimo...
La confusión se apoderó de mí y casi podía sentir el fruncido de ceño a través de mis párpados cerrados...
...¿Cuál es tu historia?- recordó haber preguntado hace muchísimo tiempo, mientras miraba unos brillantes pero algo atormentados ojos verdes. -No tengo historia... -Respondió al cabo de un tiempo una melodiosa voz -Solo soy una chica en un bar...-

  Al principio, la blanca luz cegadora ante mis ojos me asustó... ¿Estaba muerto? Todo el mundo esteriotiza la muerte como una luz blanca al final de un túnel, un lugar idílico lleno de ángeles, donde no existen ni el dolor ni el sufrimiento... Conforme fui siendo más alerta, fui dándome cuenta de que definitivamente no estaba muerto: mis sentidos estaba alerta, mi nariz captó un fuerte olor a antiséptico, hospital, pensé... Mis oídos dolían con el incesante bip, bip, bip, que pronto descubrí que era el ritmo de mi propio corazón.

  Un fuerte dolor se apoderó de mi cráneo haciéndome cerrar rápidamente los ojos... Mis oídos captaron lo que parecía ser un chillido ahogado, mi garganta entró en escena, me dolía, intenté tragar saliva para calmarla pero algo la aprisionaba...
Intenté, aún con los ojos cerrados, llevar una de mis manos hacia el objeto extraño en mi boca... No podía mover los brazos, no podía mover cualquier extremidad de mi cuerpo... ¿Por qué?

  El nerviosismo me invadió por primera vez... ¿Dónde estoy? ¿por qué no puedo moverme? ¿por qué...?
El incesante pitido del monitor cardíaco me sacó de mis pensamientos... De pronto, un gran barullo de médicos y enfermeras se adentraron en la habitación... Palabras confusas se oían por la estancia...


  -Está teniendo una convulsión... Diez de Diazepam -Ordenó una voz haciéndome encogerme por el tono alto que esta tenía.
A través de la bruma de confusión, un destello de verde captó mi atención.. Ni siquiera me había dado cuenta de que había abierto los ojos, intenté concentrarme y cuando mi confuso cerebro lo procesó, pude ver unos grandes y aburridos ojos verdes...¿Era esta la chica del bar?
-Cariño, tienes que calmarte, tienes que calmarte o volverás a tener una mala convulsión... -Dijo la chica de ojos verdes en un tono suave y afectivo. 

  Las ininteligibles palabras de la mujer cayeron en el olvido para mi cansado cerebro, pero el tono suave y afectivo de ésta calentó mi corazón, tranquilizándolo... Una suave mano tomó la mía propia y me perdí en la calidez de esa mano... Por primera vez en todo el tiempo que llevaba despierto en esta pesadilla, no me sentí ni solo, ni asustado...

  -No puedes ponerle nombre, Christine... No es un cachorro perdido... Es un hombre, al que a lo mejor está buscando su familia...- Una voz exasperada llegó a mis oídos, haciéndome salir de mi estado de perpetuo cansancio y confusión. 
-Pero, Cintie, lleva más de dos años aquí, si alguien lo hubiera estado buscando... ¿No crees que ya lo hubieran encontrado?

  ¿Dos años? ¿llevo dos años siendo un prisionero de mi propio cuerpo y mente?
Un angustioso grito ahogado retumbó en la habitación y mi corazón se detuvo momentáneamente al darme cuenta de que yo mismo era el emisor de tal estrepitoso sonido. El cálido peso de una mano cayó sobre la mía propia... -Shhhh- dijo una voz a tiempo que acariciaba mi mano.
-Joel, tienes que relajarte, cielo...-volvió a hablar la dulce voz, -tienes que calmarte, cielo, o volverás a tener una convulsión...- terminó la voz, a tiempo que esta vez sentía como la cálida mano de la mujer acariciaba su rostro. 

  ¿Cómo me puedo llegar a calmar? pensé, mientras mis ojos vagaban perezosamente alrededor de la estéril habitación del hospital... Pero, vuelvo a pensar: ¿cómo me puedo relajar cuando estaba tan indefenso, tan asustado?
Sentí algo caliente derramar por mis mejillas, pero no fui consciente de que eran mis propias lágrimas hasta que no intenté volver a evaluar mis alrededores y todo lo que pude ver fue un borroso paisaje visto a través de una cortina de opacas lágrimas.

  La voz de la chica de ojos verdes se hizo eco por toda la habitación, palabras de consuelo fueron susurradas en mi oído, haciendo que por fin pudiera relajarme un poco hasta llegar a caer de nuevo en las dulces garras del sueño.

  La próxima vez que me desperté me fue mucho más sencillo hacerlo, como si mi cerebro hubiera decidido por fin deshacerse de todas las telarañas que la confusión había tejido en él...
-Joel, despierta, cielo...-habló la aguda voz de Christine, haciendo que abriera los ojos y la mirara, la confusión escrita en mi rostro. Ella me sonrió. -Me encanta verte despierto, Joel...-Dijo a tiempo que acariciaba mi pelo en lo que intentaba ser un gesto de consuelo... -Tienes unos ojos azules preciosos, ¿sabes?- su sonrisa se hizo aún más grande y sus caricias más insistentes.
Fruncí el ceño sin atreverme a mover ningún musculo de mi cuerpo... ¿Joel? ¿Es ese mi nombre? Intenté pensarlo, todo se sentía tan extraño, incluso mi propio nombre se sentía como si... no me perteneciera. Intenté más duramente pensar en ello, pero tan solo podía llegar a un gran vacío, el cual me angustiaba profundamente. 
-Joel, cariño... cálmate - volvió a hablar la dulce voz, a tiempo que haciéndome enfocar de nuevo hacia la cara de la mujer, quien rápidamente se acostó junto a mí en la pequeña cama de hospital, y acarició mi rostro y pelo mientras susurraba de nuevo palabras tranquilizadoras en mi oído... 

  Palabras que, junto a las caricias consiguieron calmarme y arrastrarme al preciado olvido del mundo del sueño... Elígeme, escógeme, ámame... Fue lo último que pensé antes de caer en las garras de Hipnos.
Tras eso, las próximas veces que desperté fueron mucho más sencillas y menos aterradoras que las anteriores...

  La dueña de la voz, que posteriormente había descubierto que se llamaba Christine, estaba ahí cada vez que lo hacía, acariciando mi pelo, susurrando palabras de consuelo, intentando calmarme... Algo por lo que le estaba profundamente agradecido porque la soledad me asustaba muchísimo.

  Poco a poco, el tiempo fue pasando, los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses pasaron a ser tres años, tres años en los que había aprendido tantísimas cosas...
Todo seguía pareciendo tan...extraño. Había aprendido que mi nombre era Joel Simons, que había tenido un accidente y que mi pronóstico no era demasiado bueno... Era básicamente un milagro que hubiera despertado del coma en el que estuve.

  A lo largo de los meses que siguieron a mi milagroso despertar, tuve que aprender tantísimas cosas... A andar, a hablar, a hacer todo por mí de nuevo, a volver a ser yo...
Mi vida entonces giraba en torno a mil y una terapias ocupacionales.
-Vamos, Joel, sabes lo que es esto... solo debes concentrarte- dijo Sandy, la logopeda, con una mirada esperanzada en su rostro, la cual solo sirvió para acrecentar mi enfado y frustración. Estaba cansado, me dolía la cabeza y no podía decir el estúpido nombre de la pieza que sujetaba en su mano. 
-N-n-no p-pu-pu...- empecé a decir, pero no pude acabar, a pesar de todos mis esfuerzos, era como si mi boca y mi cerebro no quisieran trabajar juntos...; Afasia, una de las tantas secuelas que me había dejado mi estúpido accidente... 

  Pero, a pesar de todo, lo que más me había costado era... Aprender a amar... Aprendí a amar cada pequeña cosa en esta vida, aprendí a amar los primeros rayos del sol naciente por la mañana, el helado de fresa, los barcos, la brisa marina en su rostro, la sensación de la arena mojada bajo sus pies, la lluvia...
Sin embargo, a pesar de todo, aún no había aprendido a amar lo más importante: a Christine, mi esposa....

  El peso del anillo descansando en mi dedo anular se sentía extraño, miraba el anillo con el ceño fruncido... Se sentía raro, como todo en mi vida desde que había despertado... -Es un anillo- Explicó Christine con una mirada de puro amor en su rostro. 
No dije nada, hablar ya no era lo mío, tampoco era importante, aunque tampoco sabía si lo había sido antes de despertar en ese hospital...
-Yo...Te di ese anillo... El día que nos prometimos amor eterno...-Terminó de decir, esta vez con una mirada triste en sus ojos. 

  -¿Que nos prometemos?- Recordé haber preguntado hace muchísimo tiempo, tanto que ni se acordaba.
-Que nos amaremos toda la vida...- Respondió esa voz, la voz que me perseguía en todos mis sueños, la que despertaba en mí una sensación muy... Indefinible.

  Amar... Es un concepto tan extraño... ¿Había amado alguna vez? ¿Sería capaz de amar a Christine tanto como ella me amaba?
Ni siquiera lo sabía... aunque de lo que estaba muy seguro era de que lo intentaría...


"Es triste olvidar a un amigo.
No todos tienen uno".
              -El Principito.


N/A2: Espero que hayáis disfrutado el capítulo, a pesar de que sé que es algo lioso, pero necesitaba escribir el punto de vista de Joel... 
Muchísimas gracias por leer, los comentarios son muy preciados. 
¡Nos vemos en la próxima! :)